Delia Cortizo, recientemente jubilada, decide abandonar la ciudad y trasladarse a vivir a Alercia, un pequeño pueblo castellano. Sus conocimientos humanísticos y el hallazgo de un manuscrito dan profundidad a la monotonía del tiempo mientras permanece en el lugar.
El autor intenta en Los epílogos nunca se escriben franquear las líneas que separan los géneros literarios, insertando en los hechos diarios reflexiones inevitables que los prolongan.
El estilo fragmentado otorga al relato un carácter impresionista que exige la complicidad del lector.
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